viernes, 8 de febrero de 2013

Historia del perfume

El nombre de perfume proviene del latín "per", por y "fumare", a través del humo, que hace referencia al humo fragante que desprendía una sustancia aromática al ser quemada, usado para sahumar. Esta aparece por primera vez en lengua catalana en la obra “Lo Somni” de Bernat Metge y a partir de 1528 en la literatura francesa. La Real Academia Española en la actualidad le otorga diferentes significados: Sustancia que se utiliza para dar buen olor. Olor bueno o muy agradable. Materia odorífica y aromática que puesta al fuego desprende un humo fragante y oloroso. Humo u olor que exhalan las materias olorosas.
Posiblemente la utilización de humo fragante a partir de sustancias aromáticas date desde la prehistoria. Sin embargo los primeros registros que se tiene sobre la perfumería y cosmética ronda el año 3.500 a. C. en Sumeria, contrariamente a lo que muchos suponen, fueron ellos y no los egipcios los que desarrollaron por primera vez ungüentos y perfumes. Cuando los arqueólogos encontraron el sepulcro de la reina Schubab de Sumeria, se sorprendieron bastante al hallar junto al cuerpo una cucharita y un pequeño frasco trabajado con filigrana de oro: la reina había guardado allí su pintura de labios. En la Epopeya de Gilgamesh, un poema asirio del año 2.300 a. C. que debió copiarse de textos acadios mucho más antiguos, se encuentran muchas citas que hacen referencia a la perfumería y a la cosmética.
Egipto no tardó en tomar de los sumerios la idea de la escritura y, cómo no, todo lo referente a la cosmética. Los sacerdotes literalmente fumigaban sus oraciones con perfumes que ellos mismos elaboraban, empleando olores fortísimos que favorecían la elevación del espíritu: mirra, resina de terebinto, gálbano, olíbano, ládano... Los aceites perfumados, los ungüentos y las pinturas también formaban parte del rito. Así creían obtener la protección de los dioses y se aseguraban el paso al más allá. A mediados del 400 a. C.,Heródoto escribió explicando la utilización de fragancias diversas para el embalsamamiento de las momias. Cuando se abrió la tumba del faraón Tutankamon se hallaron más de tres mil potes con fragancias. Las mujeres de la alta sociedad acostumbraban a ponerse debajo de las pelucas que habitualmente llevaban, unos conos fabricados con grasa de buey impregnada de diversos perfumes. 
Los chinos posteriormente contribuyeron en gran parte del desarrollo y mercadeo.
La biblia también hace referencia en numerosos lugares al tema. En su estadía en Egipto, los israelíes aprendieron las técnicas de la elaboración de perfumes y ungüentos, y la primera referencia bíblica a ese respecto se centra en su finalidad religiosa o litúrgica. En su relato de la historia del pueblo de Israel, la Biblia está llena de citas sobre el uso de perfumes, como los consejos que Noemí da a su nuera Ruth en el uso de fragancias para agradar más aún a Both o cuando Judit se arregla y perfuma para seducir a Holofernes, encubriendo así su verdadero propósito de liberar al pueblo. El Cantar de los Cantares es una verdadera oda a la perfumería y los ungüentos.
Para los griegos, todo lo bello, armonioso, proporcionado y estético era bueno y por ende de origen divino, así que a nadie puede extrañarle que atribuyeran a sus Dioses el regalo de los perfumes y los ungüentos... La rosa, antes blanca y sin olor, adquirió su color rojo el día que Venus se clavó una espina y derramó su sangre sobre ella. Y se volvió fragante al recibir un beso de Cupido. En otra ocasión en la que Venus huía de unos malvados sátiros, se escondió detrás de unas matas de mirto y en agradecimiento por no haber sido vista, le dio a los mirtos su fragancia tan característica. Los Dioses castigaron a Esmirna por su terrible pecado convirtiéndola en un árbol común y corriente, pero al verla llorar se conmovieron y la mutaron en árbol de mirra que llora resinas aromáticas. Los vendedores de perfumes griegos los anunciaban como fabricados con esencias provenientes directamente del Olimpo. Pero el aporte más importante que los griegos hicieron a la perfumería fue el aplicar su arte a los frascos de cerámica utilizados para guardar los perfumes, piezas de arte que aun hoy son difíciles de igualar en belleza. Diseñaron siete formas para almacenar perfumes y los decoraron con animales mitológicos, figuras geométricas y escenas conmemorativas. El más conocido fue el lekythos, un frasco muy elegante y esbelto que llegó a ser tan popular que para referirse a alguien poco solemne, se decía que “no tenía ni un lekythos”. Pero no todos los griegos amaban el perfume, Sócrates los detestaba, afirmando que ningún hombre debía perfumarse, ya que una vez perfumados olía igual un hombre libre que un esclavo.

A través del Mediterráneo, los griegos exportaron sus costumbres desde el Cercano Oriente hasta España, y esto incluyó su amor por los perfumes. Así, los primeros perfumistas y barberos salieron de una colonia griega al sur de Italia y se instalaron en Roma en los tiempos de la República. Aunque en sus inicios Roma era un pueblo pobre y austero que se dedicaba principalmente a cuidar sus huertos y rebaños y secundariamente a defenderse de sus vecinos, las sucesivas victorias militares y una constante expansión unida al debilitamiento del poder etrusco, la convirtieron en una ciudad brillante y próspera, que pasó de la frugalidad a la opulencia.
La cosmética floreció en Roma como nunca antes había ocurrido en ningún lugar y así como ahora los productos de belleza pretenden venir de París, era muy “de nivel” decir que las fragancias llegaban desde Grecia. Las damas romanas tenían una forma bastante particular de perfumarse: hacían llenar la boca de sus esclavas con perfumes para luego ser espurreadas en rostro y cuerpo. Una especie de vaporizador humano. Pero en Roma no sólo las personas se perfumaban… Antes de la batalla o en los regresos victoriosos, se humedecían los estandartes de las legiones con fuertes fragancias y también era común perfumar salones, vestidos, teatros, armas y hasta los animales, sin mencionar cualquier ceremonia religiosa, casamiento o entierro. 
El cristianismo trajó consigo una regresión en la utilización de los perfumes y los cosméticos y la condena a las «artimañas del diablo" utilizadas por las mujeres para seducir a los hombres. San Clemente de Alejandría autorizaba los baños, pero condenaba los establecimientos que de día y de noche se ocupaban de masajear, untar y depilar. San Jerónimo, San Cipriano y Tertuliano echaron espuma por la boca maldiciendo contra los ungüentos y perfumes pero no tardó en ponerse de moda morder delicadamente una ramita de mirto con el fin de mostrar así una bella dentadura. De cualquier manera, es la Biblia quien vuelve a mostrarnos el uso extendido de la perfumería: en el Nuevo Testamento vemos la imagen de la hermana de Lázaro ungiendo los pies de Jesús con perfume o los tres Reyes Magos dejando incienso y mirra en el pesebre (es algo singular que tanto el nacimiento de Jesús como su muerte estén ligados con los perfumes: “…también vino Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús. Trajo como cien libras de Mirra perfumada y áloe. Envolvieron el cuerpo de Jesús con lienzos perfumados con esta mezcla de aromas, según la costumbre de enterrar a los judíos”. San Juan 19 39-40).
Los bizantinos continuaron con la tradición en el arte de la perfumería y no sería arriesgado decir que superaron a la propia Roma. Pero fueron los árabes quienes supieron asimilar y perfeccionar mejor que nadie los conocimientos de las culturas que los precedieron. Utilizando alambiques para destilar alcohol como soporte de las esencias, elaboraron refinados perfumes como el almizcle, la algalia y el Agua de Rosas, por nombrar los más amados y requeridos en toda la Edad Media. Mahoma, como todo buen árabe, amaba los perfumes y el mismo Coránpromete a los fieles de corazón un paraíso perfumado y bellas hurís de ojos negros, hechas del más puro de los almizcles...
Los intercambios entre Oriente y Occidente se vieron favorecidos por las Cruzadas (1096-1291) y los mercaderes comenzaron a inundar el mundo conocido con nuevas fragancias y especias, además de poner otra vez de moda la buena costumbre de acompañar el aseo con aplicaciones perfumadas. 
Durante el Renacimiento se produjo una especie de redescubrimiento de la cultura greco-romana y, con la invención de la imprenta, numerosos tratados antiguos de perfumería fueron traducidos y publicados en francés e italiano, haciendo llegar a la población mil y un maneras de usar perfumes. 
Florencia y Venecia fueron las capitales del perfume. Al morir la alquimia en pos del nacimiento de la química, el arte de la perfumería evolucionó notablemente al mejorar la destilación y la calidad de las esencias. Empleando técnicas orientales, Venecia produjeron los primeros frascos de vidrio soplado, pero muchos vidrieros italianos emigraron a Alemania y Bohemia, encontrando ahí un cuarzo bastante duro que les permitió tallar, grabar, pulir y decorar sus envases. Dejaron a un lado el soplado y desarrollaron para el envasado nuevas técnicas.


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